DIAGONALES DE PROGRESO Y ESPERANZA

Por Mario Collaud, Profesor de Historia e Historiador Hasenkampense

Eduardo Hasenkamp llegó en 1866 desde Alemania en busca de su futuro, y en su recorrida por el país dedicado a la comercialización de frutos autóctonos, comenzó a tejer el sueño de ser hacendado. Reunidos sus ahorros y con la llegada de su hermano Federico, compraron un campo en la Provincia de Entre Ríos, más precisamente en el Departamento Paraná, frontera agrícola, donde todo estaba por hacerse, tierras fiscales que pasan a manos de bancos y de estos a grandes terratenientes. Los Hasenkamp compran un lote de 5.399 hectáreas al exgobernador Ramón Febre en 1883. Sobre ese monte de espinal, con veranos húmedos de cielo despejado pero calurosos y con inviernos fríos y nublados, sobre una lomada tan característica de la geografía entrerriana, levantaron su hogar al que llamaron “Los Naranjos”.

Cuando surgió la posibilidad del ferrocarril, los hermanos Hasenkamp ofrecieron su campo para el cruce de las vías, el Gobernador Enrique Carbó firmó con “The Entre Ríos Raylways C° Ltd.” el contrato para la construcción del ramal entre la Estación Crespo y los campos Hasenkamp. El 24 de agosto de 1906 Eduardo Hasenkamp presento los planos de la futura villa que llevaría su nombre. Ese primer diseño contaba con un terreno para la estación y veinticuatro manzanas. Mientras las vías se prolongaban y el tren resonaba en ellas, el plano de la villa comenzó a hacerse realidad. Los primeros en llegar fueron los ingenieros, topógrafos y peones del ferrocarril. Junto a ellos, los proveedores de mercancías y el primer almacén frente a la estación de Mariano Cambrá. Fue punta de riel durante varios años y centro de concentración de productos. Con los colonos, el monte cambió por campos de trigo y se inició el acopio de cereales trasladados por la flota de carros de los Hermanos Capurro mientras el silbato de los motores a vapor que cada diciembre anunciaban el inicio de la campaña, partía del acopio de Ger Villacampa.

Numerosas familias criollas, junto a inmigrantes venidos de todos los puntos, comenzaron a poblar la nueva villa tejiendo apellidos y orígenes. El español Agüera Porro abrió la escuela y Juan Borré la primera botica, después llegarían los doctores Brage Villar y Haedo. Las noches fueron iluminadas por la usina del alemán Kochendoerfer y en la herrería de los hermanos Bergna se forjó el hierro de los galpones y tinglados, en el taller metalúrgico de Mayer, a martillo y remache se construyó el primer tanque de agua. Los albañiles constructores, Passuti y Marcuzzo desparramaron edificios, los Bertignono abrieron el Hotel Italiano y Cotti, iluminó los domingos con su cine, mientras el zaino con pechera de plata del comisario Mendoza recorría las calles. Los “turcos” y judíos desplegaron sus comercios y los jóvenes deportistas pintaron de rojo o de verde sus camisetas para jugarse la pasión por los colores de Atlético o Sarmiento.

La estafeta se hizo correo, el destacamento, comisaría, hubo registro civil y juez, banco, sociedad rural, iglesias con sacerdotes y pastores y la escuelita se duplicó en jardín y en secundaria y la villa se recibió de municipio. La bomba pasó a ser red de agua potable y cloacas y la luz estuvo en cada casa. Tuvo festival propio con la democracia y las pequeñas murgas se hicieron comparsas para llevar el carnaval al país con Marumbá y Malibú. Creció, como la caminata de los jóvenes que lleva a miles en la “Peregrinación de los Pueblos”. Aquel mapa inicial sigue creciendo cada año, extendiéndose por sus diagonales hacia el progreso que sostiene su esperanza.